lunes, 12 de octubre de 2009

LA MENCIÓN DE SUETONIO

"(Claudio) expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto". (Cayo Suetonio Tranquilo: Vida de los Césares. Claudius, 25, 4.)

La mención que hace Suetonio de un tal Cresto o Crestos, como una personaje o un nombre que era motivo de disputas entre los judíos de Roma, hacia el año 49, no ha podido ser relacionada fehacientemente con Cristo. Pero, de todos modos queda siempre la duda.

Ahora, suponiendo que el tal Crestos sea el mismo Cristo de los cristianos, pues lo más lógico es pensar que dichas disputas en Roma era entre judíos ortodoxos y judíos cristianos, que por motivo de la interpretación sobre el mesianismo se habrían enfrascado en una discusión que derivó en violencia. Nada tendría que ver pues con una supuesta presencia física de Jesús en Roma, sino de una presencia "ideológica".

De Suetonio hay que resaltar más que nada el hecho que menciona a los cristianos en el contexto del reinado de Nerón (al igual que Tácito); esto es un dato muy importante, pues entre la crucifixión y dicho emperador habían pasado apenas 30 años, y eso prueba que ya por entonces los cristianos formaban una comunidad importante en el corazón del imperio. De esa misma época data la redacción de los primeros evangelios y la difusión de las últimas epístolas de Pablo, de modo que, el argumento de las bestias ateas de que "se inventó" la figura histórica de Cristo para "engañar a la gente" no se sostiene pues hubiera sido fácil desmontar la patraña histórica, debido a que aún existían en el mundo testigos de la existencia real e histórica de Jesús (por ejemplo, la diáspora judía que cada año visitaba Jerusalén en la festividad de la pascua)
Es necio pensar que un grupo de pescadores analfabetos inventasen una historia de la nada y que lo "vendiesen" como verdad histórica, pues justamente eso es lo que distingue al cristianismo de otras religiones: el cristianismo reclama su fundamento en hechos que ocurrieron en la vida real, física y terrenal, no en un remoto pasado inmemorial, sino en sucesos históricos como la vida, pasión y muerte del Señor.


Ese texto de las "coincidencias" no puede ser tomado en serio pues para comenzar no tiene autor; tampoco da referencias de qué fuentes se basa, pues no basta decir que los adoradores de Mitra antes del cristianismo ya tenían el ceremonial del pan y del vino, pues como te digo las evidencias que tenemos registran tales rituales recién a partir del siglo II, es decir posterior al nacimiento del cristianismo; y muchas otras cosas más. Tampoco el Mitra del hinduísmo es similar en características y cualidades al Mitra mistérico cuyo culto surgió bajo el imperio romano y eso que te lo explique mejor un especialista en religiones hindúes.

Álvaro S. Chiara G.

jueves, 8 de octubre de 2009

LAS PRUEBAS DE LA HISTORICIDAD DE JESÚS

¿Será posible que una persona que nunca existió, haya afectado tan notablemente la historia humana? Para cualquiera con sentido común, el hecho de afirmar que un personaje histórico que ha influido en todas las culturas durante dos milenios sea solo un invento de unos hombres incultos del primer siglo de nuestra era, es algo tan descabellado, por decir lo menos.

Al margen de las citas de historiadores antiguos que mencionan a Jesús como personaje histórico, existen por cierto otras muchas razones discernidas del mismo NT que disipan las dudas sobre la existencia de Jesús y que se podrían llamar "pruebas internas de la historicidad de Jesús":

- La ignominiosa ejecución de Jesús como un criminal despreciable suministra el argumento más contundente contra los impugnadores de la historicidad de Jesús. ¿Por qué? Porque la ejecución era un obstáculo para la difusión de la nueva fe entre los judíos y paganos, y de hecho la dificultó gravemente. Y es que para la mentalidad de entonces era inadmisible adorar a un hombre muerto en un suplicio destinado a los esclavos y delincuentes de la más baja ralea. Si la ejecución de Jesús, el Mesías, suponía un obstáculo para judíos y gentiles, no puede haber sido fruto de la invención de los apóstoles.

- Otras interrogantes que dejan mucho que pensar ¿habrían inventado sus seguidores que Jesús procedía de Nazaret, un pueblito de Galilea, muy alejado y pobre, y cuyos habitantes, al igual que todos los galileos, no gozaban de la simpatía de los judíos? ¿Es creíble que se inventara la traición de Judas, un compañero de confianza? ¿Es realista pensar que habrían inventado el relato en el que ellos mismos, los discípulos, lo abandonan cobardemente en el momento de su arresto? No es lógico pues creer que los discípulos hubieran elaborado detalles de la vida de Jesús perjudiciales para ellos y que después los proclamaran por todas partes.

- Además, el arte de enseñar de Jesús poseía un estilo único. La literatura judía del siglo primero no contiene nada que pueda compararse a sus ilustraciones. ¿Qué persona anónima pudiera haber "inventado" una obra maestra como el Sermón del Monte? Todos estos argumentos corroboran que los relatos evangélicos de la vida de Jesús son fidedignos. También hay pruebas externas de la historicidad de Jesús. Los cuatro Evangelios lo ubican en un entorno histórico y geográfico específico y detallado con gran exactitud. No son producto de la imaginación lugares como Belén, Galilea o Jerusalén, ni personajes como el emperador César Augusto, Tiberio, Herodes el Grande, Herodes Antipas, Poncio Pilato o grupos importantes como los saduceos y fariseos, ni las costumbres judías u otras peculiaridades. Todo ello formó parte de la vida del siglo primero y ha quedado confirmado por fuentes extrabíblicas y hallazgos arqueológicos.

A esto el ateo típico suele responder comparando los Evangelios con obras novelísticas como el Quijote, relatos ficticios que tienen fondo histórico y geográfico, pero no parecen darse cuenta de la falaz comparación: los cristianos "vendían" los Evangelios como relatos de sucesos reales y que en su momento podían fácilmente comprobarse, pues todavía existían testigos de esos hechos ; en cambio los novelistas de ahora venden sus novelas como lo que son, fantasías literarias.


De modo que hay pruebas contundentes, tanto internas como externas, de que Jesús es un personaje histórico. La posición del escéptico común y corriente es pedir "más pruebas documentales" de la existencia de Cristo. Como si fuese cuestión de rebuscar la tierra o las bibliotecas del mundo para encontrar ese tipo de documentos. Uno se limita a mostrar la evidencia disponible, la que todo el mundo conoce ¿que más pruebas que los 27 documentos del NT, escrita por diversos autores y en distintos lugares entre un lapso de tiempo de 50 años?

Álvaro S. Chiara G.

miércoles, 7 de octubre de 2009

EL "MITO DE CRISTO" ¿HIJO DE OTROS MITOS DE LA ANTIGÜEDAD?

El Taurobolium




Hace ya tiempo circuló por la red un bulo sobre las "similitudes" entre Cristo, Krishna y Mitra, un texto en la misma línea del de la profecía del fin del mundo para el 06-06-2006, el acercamiento del planeta Marte, los gigantes de la India, las propiedades dañinas de la Coca-Cola, es decir todas esas patrañas que algunos ingenuos se lo creen así sin más.

La mitología comparativa, que empezó con la célebre obra de James Frazer, "La Rama Dorada" publicada en 1906, hace tiempo que empezó a ser revisada críticamente, ya que está demasiado claro que se pueden hallar similitudes en las cosas más diversas, como por ejemplo, entre un botones de hotel y un oficial del ejército, solo porque existe un parecido entre sus uniformes (o como se decía en la época juvennil de Vargas Llosa, entre el uniforme de un chocolatero y el de un cadete del ejército). En todo caso, lo que se exige ahora es demostrar de qué manera un mito ha influido en otro, en este caso hay que tener en cuenta pruebas o indicios claros que apunten a ello y no solo resaltando las similitudes superficiales o simples presunciones y suposiciones, como se ha estilado hasta ahora cuando se compara a Cristo con los mitos paganos.

Pero aún así, no faltan ateos como Fernando Vallejo que repiten tales argumentos caducos, de manera irreflexiva y brutal, como es el estilo inconfundible de la gente fanatizada:

“De los muchos argumentos de Celso* contra el cristia­nismo el que para mí tiene mayor importancia es el que dice que esta nueva religión no pasa de ser una mitología más, sin originalidad, copiada de las de Grecia y el Oriente: también los mitos griegos le atribuían un nacimiento divi­no a Perseo, hijo de Zeus y de la virgen Danae; a Anfión, hijo de Zeus y de la virgen Antíope; a Eaco, hijo de Zeus y de la ninfa Egina; y a Minos, hijo de Zeus y de la virgen Eu­ropa. Y todos estos hijos de Dios hicieron milagros, como también los hicieron Hércules, Dioniso, Aristeas, Abaris y Cleómenes el estipaleo. Zamolxis, Pitágoras, Rampsinito, Orfeo, Protesilao, Hércules y Teseo habían resucitado. Y Asclepio o Esculapio había resucitado a los muertos. Los cristianos ridiculizaban a los cretenses porque llevaban a los forasteros a visitar la tumba de Zeus, pero Cristo también había resucitado de una tumba. A Cristo se le había deifica­do como hacía poco se había deificado a Antinoo, el efebo preferido del emperador Adriano. Los cristianos adoraban a Cristo como los egipcios adoraban a Osiris y a Isis, los de Sais a Atenea, los de Meroe a Zeus y a Dioniso, los naucra­titas a Serapis, etc." ("La puta de Babilonia", pag. 137).

*Celso, filósofo pagano del siglo II que escribió un libro anticristiano refutado por Orígenes.

Claro, comparando detalles y relatos puntuales de esa manera aleatoria, se puede relacionar hasta las cosas más extrañas y disímiles; se podrían incluso encontrar similitudes en mitos desarrollados en lugares distantes y sin contacto, como el caso de las culturas americanas. Hasta episodios históricos, podrían tener una "interpretación mitológica": la retirada de Napoleón de Rusia, escoltado por 12 generales podríase interpretarse también como una alegoría del zodíaco y el Sol. Las similitudes que se pueden encontrar entre Cristo y los mitos antiguos son pues solo superficiales; la esencia es totalmente distinta: la resucitación de Osiris no es equiparable a la Resurrección de Cristo; Osiris no resucita por voluntad propia sino mediante conjuros realizados por su esposa Isis; pero queda limitado a llevar una vida "en el más allá" que es una réplica exacta de la existencia terrenal. Pero nunca más volverá a estar entre los vivientes y reinará solo entre los muertos. Se le representa como un "dios-momia" ¿Dónde está la similitud básica con Cristo?

Y lean como remata el energúmeno Vallejo su grotesca perorata anticristiana:

“Y Celso hacía ver las coincidencias de muchas enseñanzas cristianas con creencias de los viejos misterios persas asociados al culto de Mitra. Observación que no era nueva pues ya el Padre de la Iglesia Justino Már­tir hablando de la eucaristía decía que "los malvados demo­nios la habían imitado en los misterios de Mitra, en cuyos ritos místicos se coloca un pan y una copa de agua delante de los iniciados mientras se dicen ciertos conjuros" (prime­ra Apología, 66). Mayor descaro no puede haber. ¡Acusar al mitraísmo de plagiar al cristianismo! Pero resulta que el cristianismo es posterior al mitraísmo en varios siglos, si no es que en más de un milenio. Mitra ya aparece en los Vedas, mil cuatrocientos años antes de Cristo. Así procede la Puta.” (Ibidem, pag. 138)

Obviamente el tal Vallejo ignora (o sea hace el que ignora) de que hasta ahora no se ha probado la relación de dependencia directa entre el Mitra de los indoiranios (es decir de la antigua India y el Irán) y el Mitra difundida en Occidente a partir del siglo I a. de C. como deidad de un culto mistérico. Para explicarlo mejor, el culto a Mitra de los antiguos iranios (medos, persas, etc.) podría ciertamente haber dado origen al mitraismo que se convirtió siglos después en la religión mistérica más popular del imperio romano, pero al carecer de más bases documentales no podemos afirmar qué características originales se conservaron y cuales fueron adoptadas o recreadas posteriormente. En definitiva, no podemos asegurar que el Mitra indoiranio sea el mismo del culto mistérico de Mitra.

Es más, el Mitra mencionado en los Vedas de los indios (que Vallejo fecha en 1400 años antes de CRISTO) es distinto en cualidades y rituales al Mitra contemporáneo del cristianismo y hasta el de los mismos iranios. De hecho, no existe ningún documento, ninguna fuente, que describa esos rituales del pan y el vino en las ceremonias mitraicas de los antiguos indoiranios, ni menos otras como el sacrificio del toro o la resurrección de Mitra. Alusiones documentadas o arqueológicas de tales rituales o creencias son posteriores al siglo II, es decir después del nacimiento del cristianismo. La afirmación de Justino, en el sentido de que esas ceremonias y creencias del mitraismo fueron plagiadas del cristianismo, hasta ahora no han sido pues desmentida por las evidencias.

Pero aún suponiendo que hubiera existido una "contaminación" mutua de rituales, la verdad monda y lironda es que existe una diferencia abismal entre las religiones mistéricas (que pululaban entonces en el imperio romano) y el cristianismo, al punto de que es un tremendo error creer que pudiese existir relaciones estrechas entre ambas corrientes. Veamos las diferencias más notorias:

- Las religiones mistéricas, como su nombre lo dice, se basaban en misterios, es decir en símbolos y ritos secretos, revelados únicamente a los miembros afiliados (a veces un culto mistérico estaba destinado solo para hombres y otro solo para mujeres). No tenían ningún texto o libro donde se condensara sus doctrinas. En cambio, el cristianismo es de carácter universal y abierto a todos: todo el mundo está llamado a la conversión, sin distingos de raza, sexo, condición social, etc., no existen doctrinas secretas reservadas para unos cuantos pues todo está consignado en los libros sagrados, que son leídos y citados públicamente, los bautismos, predicaciones y reuniones se dan en público (solo en época de persecuciones tuvieron que hacerse en secreto).

- Las religiones mistéricas no eran exclusivistas, es decir, uno podía iniciarse en tales cultos sin necesidad de abandonar su credo de origen. Por eso es que un hombre podía participar de los misterios de Isis, Cibeles, Mitra, y adorar a los otros dioses del panteón romano, todo al mismo tiempo y sin ningún inconveniente. En cambio el cristianismo exige que el converso abandone todo culto a dioses o deidades paganas y ser fiel al Dios verdadero y único. Ello era un concepto muy revolucionario en el mundo de entonces.

- Las religiones mistéricas giran en torno a figuras o deidades mitológicas intemporales que mediante su muerte y resurrección alegorizan el renacimiento anual de la vegetación. Un concepto totalmente ajeno al cristianismo, donde todo gira en torno a una experiencia de una persona histórica, un personaje de carne y hueso, un ser real, situado en un contexto histórico y cronológico preciso, tal como lo describen los Evangelios. La muerte y resurrección de Cristo no se puede relacionar con alegorizaciones del renacer anual de la naturaleza, sino que para el cristiano es un hecho real que tiene un significado circunscrito en la redención voluntaria del hombre a través de dicho sacrificio.

- Ciertamente algunas religiones mistéricas sostenían el concepto de la inmortalidad pero ésta se diferenciaba substancialmente del concepto cristiano. En los misterios de Dionisos, por ejemplo, la idea de la inmortalidad se basaba, no en la resurrección sino en la experiencia del éxtasis de la embriaguez. La resurrección de los muertos, tal como creen los cristianos, era más bien un concepto que repugnaba en demasía a los paganos.


Álvaro S. Chiara G.

domingo, 20 de abril de 2008

EL EMPERADOR CLAUDIO Y LOS CRISTIANOS



Volviendo al "Decreto de Nazaret": es posible que ese decreto por el cual el emperador Claudio ordenaba castigar a aquellos que profanaban y robaban los cuerpos de las tumbas, fuera dado específicamente en respuesta a la predicación cristiana de la Resurrección, y a petición de los dirigentes judíos, quienes según el Evangelio de Mateo (18:11-15) desde el primer momento acusaron a los apóstoles de haber sustraído de la tumba el cuerpo de Cristo.
Es significativo que una de esas placas grabadas con el decreto haya sido encontrada en Nazaret, a la cual se consideraba la patria del Maestro, lo cual a la vez desmiente a aquellos escépticos que afirman que la aldea de Nazaret surgió siglos después del nacimiento de Jesús (aunque algunos consideran que no se puede afirmar a ciencia cierta que el objeto fuese hallado en Nazaret, sino que simplemente fue remitido desde allí hacia Francia, en 1878, no habiéndose precisado en qué lugar exactamente fue hallado).
Hay algunas cosas que llaman la atención en ese decreto. Por ejemplo ¿podría un emperador romano hacerse eco de solicitudes de ese tipo, más aun tratándose de judíos? Pues según lo que sabemos de Claudio, sin duda alguna: los historiadores romanos cuentan que Claudio era la burla de la gente, por sus edictos donde hablaba de todo tipo de cosas, como los eclipses, la conservación del vino, los remedios contra mordeduras de víboras. Un emperador que no dejaba escapar detalles mínimos al momento de redactar edictos.
Pero aparte del “Decreto de Nazaret” existen otros indicios que nos permiten conjeturar una posible relación entre Claudio y los cristianos.



“CIERTO CRESTOS”

La fecha aproximada del “Decreto de Nazaret” (no antes del 50 después de Cristo), coincide al parecer con un incidente interesante relatado por Suetonio en su “Vida de los Doce Césares”:
“Judaeos impulsore Chresto assidue tumultuantes Roma expulit” (“Como los judíos se sublevaban continuamente a instigación de cierto Crestos, (Claudio) los expulsó de Roma”). (Claudio, XXV, 4).
Este testimonio de Suetonio es conocido tradicionalmente como “Impulsore Chresto”.
Esta expulsión de los judíos de Roma, según parece, es la misma relatada en el libro de Hechos 18, 1-2:
“Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Y halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila, su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos salieran de Roma”
En cuanto a la fecha de este suceso: según los datos del libro de Hechos, ese encuentro entre Pablo y Aquila no debe ser posterior al año 50 (la cronología del libro de Hechos es un tema por cierto que debe merecer un tema aparte). El historiador Orosio (VII, 6, 15) afirma que tuvo lugar en el noveno año del reinado de Claudio, es decir el año 49 d. C. pero al ser Orosio un historiador muy posterior, del siglo V, su dato no podría ser muy confiable. Lo inquietante del asunto es que un suceso como ese no sea mencionado ni por Josefo, ni por Tácito. ¿Se trataría en realidad de una medida que abarcó solo a una proporción mínima de judíos indeseables, y que por lo tanto pasó desapercibida para tales historiadores? Pues imposible saberlo ahora.
Otro historiador grecorromano, Dion Casio, en su Historia Romana (LX, 6, 6), sitúa en el año 41 otra medida antijudaica de Claudio, que se diferencia de la que relata Suetonio y la Biblia: no se trató de una expulsión de judíos de Roma, sino de una prohibición de sus reuniones, pues hubiera sido difícil expulsarlos de la ciudad sin causar un tumulto. Se calcula que los judíos de Roma, antes del año 70, bordearían los 20,000.
Sea como fuese, parece que la expulsión no se debió a una causa grave, por lo que fue sin duda revocada muy pronto, y pudieron regresar a Roma. Cuando Pablo visitó Roma hacia el año 61, existía allí una comunidad judía floreciente.
Se ha discutido también si el Crestos (Chrestus) mencionado por Suetonio pueda equivaler a Cristo (Christus), hecho plausible si se tiene en cuenta el fenómeno lingüístico del itacismo, por lo cual la “e” era pronunciada como “i”. De ser así Suetonio nos estaría dando noticias de Jesucristo, aunque creyendo equivocadamente que aún vivía en tiempos de Claudio, lo cual se entiende pues no debería conocer muy bien la génesis del movimiento cristiano: su fuente tal vez eran los rumores de que en aquel tiempo, el nombre de Cristo era ya motivo de disputas dentro de la comunidad judía, entre judíos ortodoxos y cristianos (recordemos los enfrentamientos entre los dirigentes judíos de la diáspora y Pablo cuando éste predicaba en las ciudades del mundo grecolatino). Al parecer Suetonio creyó que Cristo era un judío de nombre griego que causaba alborotos en Roma en tiempos de Claudio, sin sospechar que en realidad era la “piedra del escándalo” que motivaba las disputas entre judíos y cristianos (éstos últimos aún no eran diferenciados por los romanos, quienes debían verlos entonces como una secta más del judaísmo). En contra de esta teoría, está el hecho que no existe indicio alguno en la Epístola a los Romanos (que Pablo envía entre los años 57 y 58 ) de que hubiese habido algún conflicto entre judíos y cristianos en Roma, y cuando Pablo visita por primera vez a Roma los líderes judíos manifestaron no conocer personalmente a la secta de los cristianos, como ellos la denominaban (Hch. 28.22).
Otros especialistas consideran que Suetonio estaba en capacidad de diferenciar Cristo (título convertido ya en su tiempo en nombre propio de Jesús y origen del apelativo de “cristianos”), de Crestos (un nombre griego de raíz distinta). El “cierto Crestos”, tal como lo presenta Suetonio, en realidad se trataría de uno de los tantos judíos revoltosos de su tiempo, y que tenía un nombre griego, al igual que muchos otros judíos de la diáspora; en contra de esta teoría está el hecho que en los epitafios de las catacumbas hebreas de Roma no aparece nunca el nombre de Crestos. En todo caso no sería un nombre común entre los judíos ¿se trataría entonces de un pagano incitador de judíos?
Existen por cierto más teorías: el tal Crestos sería un judío que se autoproclamó como el Mesías o el Cristo en plena capital del imperio (y que Suetonio confundió como nombre propio), pues el mesianismo judío estaba entonces muy en boga, según lo cuenta Josefo. O tal vez sería un líder cristiano de nombre Cresto, radicado en Roma y posiblemente citado en una de las epístolas de Pablo:
“…porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolos”, “Yo, de Cefas” o “Yo, de Cristo”. ¿Acaso está dividido Cristo?” 1 Cor. 1, 11-12.
Según algunos, “Yo, de Cristo”, debería traducirse: “Yo, de Cresto” y el texto tendría más sentido, pues un cristiano bien se podría considerar seguidor de cualquiera de los maestros aludidos (Pablo, Apolos, Cefas o Pedro), pero todos indistintamente deberían considerar como cabeza a Cristo: no se podría pues mencionarse a Jesús como si fuese la cabeza de un bando más. Muy interesante también el pasaje, pues nos informa que ya se notaban diferencias y banderías entre los primeros cristianos. Esa primera carta a los corintios fue escrita hacia los años 53-54, pocos años después de la fecha que tradicionalmente se fija el incidente de Crestos en Roma, es decir hacia 49-50. Sin embargo, no se puede especular más sobre este posible Cresto cristiano, al no haber más indicios en que basarnos.


CLAUDIO Y LAS REYERTAS ENTRE JUDÍOS Y PAGANOS DE ALEJANDRÍA

Sabemos también que desde el comienzo de su reinado (año 41), Claudio tuvo que arbitrar en las reyertas sangrientas entre griegos y judíos de Alejandría. Sucedía que los paganos no respetaban los derechos de los judíos de practicar libremente sus costumbres y religión, derechos y privilegios que los judíos habían obtenido del poder político en el transcurso de los siglos de convivencia en la ciudad. Y es que los llamados “judíos alejandrinos”, conformaban una colonia muy importante en Alejandría, concentrada en la zona oriental, pero con centros de cultos en todos los rincones de la metrópoli (Filón, Legatio ad Gaium, 132). Basta imaginar la magnitud de la colonia judía, que una sinagoga era tan grande que debía usar banderas para indicar el amén (Talmud Babilónico, Sukkah 51b).
En época del anterior emperador, Calígula, ya habían ocurrido varios choques entre las comunidades judía y pagana de la ciudad, teniendo su punto álgido en el pogromo del año 38. Calígula, el emperador demente, ni siquiera prestó atención a la embajada de los judíos alejandrinos que muy respetuosamente fueron a solicitarle audiencia (tal como lo relata Filón el judío, quien formó parte de dicha embajada). Y peor aún, quiso obligar a los judíos a que le reverenciaran como dios, lo que equivalía a hacerlos abjurar de su religión ancestral. Todo lo cual es prueba de que el antijudaísmo estaba muy arraigado por entonces, y no fue un invento de los cristianos, como algunos ignorantes de porquería suponen. Con la ascensión de Claudio, los judíos retomaron el aliento y volvieron a las armas. Dos delegaciones alejandrinas partieron entonces en busca del emperador. En respuesta, el emperador envío una carta a los alejandrinos, invocándoles a ambas partes a tolerarse mutuamente (carta cuyo texto se ha conservado escrito en un rollo de papiro).
En dicha carta, escrita en octubre del año 41 y que fuera publicada en 1924 (H. I. Bell, Jews and christians in Egypt, 1924) Claudio empieza diciendo que "aunque estoy muy enojado con los que fomentaron el conflicto, no voy a indagar a fondo sobre quienes fueron los responsables de la reyerta -debería decir mejor guerra- con los judíos. Pero os voy a decir lo siguiente de una vez para siempre: si no dejáis de pelearos unos con otros, me veré obligado a demostraros lo que puede hacer un emperador, aunque benigno, cuando se le presentan buenos motivos para enfadarse". Luego pide a los alejandrinos que no interfieran en las costumbres de los judíos, pero a éstos, a su vez, les pide no entrometerse en los juegos ni en otros aspectos de la vida de la sociedad pagana que los rodeaba, ni tampoco intentasen aumentar su número, invitando a venir a la ciudad a judíos sirios o del resto de Egipto. Y concluye:
"Si no se comportan así, los castigaré como a gente que esparce por todo el mundo una epidemia".
Josefo en sus Antigüedades de los judíos (XIX, 5, 2-3) también menciona los problemas entre judíos y griegos de Alejandría y transcribe dos edictos del emperador Claudio a favor de los judíos alejandrinos y de los judíos del mundo, respectivamente, aunque al comparárselas con la carta del año 41 (de autenticidad comprobada), no parecen ser muy auténticos.

Algunos han querido identificar como cristianos a aquellos “judíos sirios”, que hace referencia la carta de Claudio como venidos desde Siria para provocar alborotos en Alejandría. Pero nada sabemos con certeza del origen de la Iglesia alejandrina, como para poder hacer una identificación de ese tipo. La tradición atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría al evangelista Marcos. En el libro de Hechos se menciona también a un judío alejandrino llamado Apolos, elocuente predicador y “poderoso en las Escrituras” (Hch. 18.24) quien llegaría a convertirse en una importante figura de la iglesia apostólica. Sin embargo, no tenía un conocimiento muy perfecto sobre el cristianismo (“sólo conocía el bautismo de Juan”), por lo que debió ser instruido apropiadamente por Priscila y Aquila (la pareja de judíos expulsados de Roma y convertidos por Pablo al cristianismo). Esto nos puede hacer pensar que hacia la década del 40-50 el cristianismo aun no había arraigado con la suficiente fuerza en Alejandría y por lo tanto era imposible que el emperador Claudio aludiera a los cristianos en su carta del año 41. Por lo demás, el espacio de tiempo entre la crucifixión de Cristo (33) y el año 41 parece muy corto como para pensar en que ya había una comunidad cristiana densa en Alejandría.
A propósito de ello, se ha especulado la razón por lo que el cristianismo tardó mucho en producir sus frutos en Alejandría. Sabemos que la intelectualidad judía de Alejandría estaba muy influida de la cultura griega – no en vano era la patria del filósofo judío Filón (siglo I), quizás el primer erudito que intentó armonizar las Escrituras Hebreas con la filosofía griega, y el primer exponente importante de la exégesis alegórica de la Escritura. Se ha sugerido que el judaísmo alejandrino había filosofado a tal punto sobre la esperanza mesiánica, que el primer período de la predicación cristiana en la ciudad no tuvo mayor acogida entre los judíos y gentiles en general. Solo algún tiempo después pueden detectarse los primeros frutos de la evangelización, aunque cuando se analiza el cristianismo primitivo de Alejandría, es innegable su deuda que tiene con el judaísmo alejandrino. El celo misionero, la exégesis alegórica, la aplicación al comentario bíblico y la pasión por la síntesis intelectual que a veces causa estragos en la doctrina, son comunes a ambos. Y ello no debe estrechar pues sin duda que los primeros conversos fueron individuos formados en el seno de ese judaísmo tan peculiar de Alejandría.


EL HAMBRE BAJO EL REINADO DE CLAUDIO

El libro de Hechos (11:28 ) también menciona a Claudio como el emperador bajo cuyo reinado ocurrió una hambruna que asoló Palestina.
“Por aquellos días bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra, la que hubo en tiempo de Claudio.Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se los enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo”. (Hch. 11: 27-30)
Josefo coincide con el escritor bíblico, pues cuenta cómo Elena, reina de Adiabene (país al este del Tigris) y madre de Izates, convertida al judaísmo, llega a Jerusalén justo cuando empieza la hambruna, y manda a varios de sus hombres a comprar trigo a Alejandría para remediar la apremiante necesidad del momento.
“Su llegada (de Elena) resultó sumamente provechosa y útil para los habitantes de Jerusalén. En efecto, como el hambre asolara en aquel preciso momento su ciudad y gran número de ellos estuvieran a punto de perecer por falta de recursos económicos, la reina Elena envió a algunos de sus hombres, uno a Alejandría a invertir allí grandes sumas de dinero en la compra de trigo, y otros a Chipre a traer un cargamento de higos pasos". (Antigüedades judías XX, 2, 5).
Tácito, Suetonio y Dión Casio mencionan también hambres en el imperio romano durante el reinado de Claudio. En algunos papiros egipcios desenterrados del desierto, se registra el alto precio que alcanzó el trigo en esa época.
Este suceso, durante la cual la empobrecida iglesia de Jerusalén sufrió mucho, no se puede fechar con exactitud. Dión Casio la ubica en el segundo año del reinado de Claudio (42/43 d.C.). Josefo no da una fecha exacta pero sitúa el suceso bajo las gobernaciones de Fado y Alejandro, los dos procuradores de Judea que sucedieron al rey Herodes Agripa I, que falleció en el año 44. Aunque el período en que estuvieron en el cargo no se puede fijar con precisión, varias evidencias históricas hacen muy probable que el período de Alejandro terminara en el 48. Por ello, el hambre debió ocurrir entre el 44 y el 48.



OTRA REFERENCIA MÁS SOBRE CLAUDIO EN EL LIBRO DE HECHOS


En Hechos 17:7, se hace también una referencia a los "decretos de César" que en este caso se refiere a Claudio (en ese entonces César era todavía el nombre común de los emperadores de la familia Julia, que luego se convertiría en título). La alusión está enmarcada en el relato del alboroto que los judíos de Tesalónica armaron en contra Pablo, acusándolo ante las autoridades locales de trastornar el mundo entero afirmando que existe otro rey, Jesús, todo lo cual según ellos, contravenía “los decretos del César”. El emperador Claudio habría dado una serie de decretos por los cuales se proponía contener el origen de las revueltas en las que participaban judíos o sus simpatizantes, esto es, el mesianismo político subversivo. Uno de aquello dispositivos sería el decreto de Nazaret.

Sin embargo, sabemos que por entonces los detractores del cristianismo no tuvieron mucho eco ante las autoridades romanas, hecho que se verá más nítidamente en Hch. 18:12-16, cuando se acuse a Pablo ante Galión, el procónsul de Acaya (hacia el año 51-52). Todavía el cristianismo no había sido puesto fuera de la ley, por lo que se expandía sin mayor problema por el mundo grecolatino bajo los esfuerzos del apóstol de los gentiles. El decreto de Nazaret solo habría respondido a un pedido específico de la elite judía, pero no obedecería a un plan mayor para contener la expansión del cristianismo. Como decía Galión, las acusaciones de los judíos hacia los cristianos solo se verían entonces como cuestiones de nombres y creencias religiosas, que no merecían la atención de la autoridad romana. Cuando estalló la persecución neroniana (años 64-68 ), la comunidad cristiana de Roma sería recién lo suficiente numerosa como para acusarla de un crimen mayor, el incendio de Roma.



Alvaro S. Chiara G.

EL DECRETO DE NAZARET

Una curiosa pieza de mármol supuestamente encontrada en Nazaret y que contiene inscripciones en griego de un decreto cesárico (presumiblemente del emperador Claudio), podría ser la prueba arqueológica de que hacia los años 40 y 50 del siglo I los cristianos ya predicaban la Resurrección de Jesús y empezaban a ser conocidos en el mundo romano. A continuación, un artículo de César V idal Manzanares publicado en "Libertad Digital" el 22 de abril de 2000.

EL DECRETO DE NAZARET – 50 ca.

En 1879, una rara pieza de mármol cubierta de caracteres escritos entró en el Cabinet des Médailles de París. Aunque en apariencia no tenía una importancia especial en su texto daba testimonio de la manera en que el cristianismo se había convertido en un mensaje inquietante para el imperio romano a poco más de una década de la muerte de Jesús. En los años siguientes iba a ser conocida como el Decreto de Nazaret.

La curiosa placa de mármol que había encontrado su lugar en el Cabinet des Médailles de París formaba parte de la colección Froehner y el único dato acerca de su origen es la nota que figura en el inventario manuscrito del propio Froehmer donde se la calificaba como “Dalle de marbre envoyée de Nazareth en 1878”. Se trataba, por lo tanto, de una pieza enviada desde Nazaret, la pequeña localidad galilea donde Jesús había pasado la mayor parte de su vida. La primera persona que mostró interés por la pieza fue M. Rostovtzeff, el gran historiador de la economía helenística y romana, unos cincuenta años después de que la misma llegara supuestamente a París. A pesar de que el contenido parecía ser meramente jurídico como veremos más adelante a Rostovtzeff no se le escapó las posibles connotaciones religiosas y llamó la atención de F. Cumont, precisamente un historiador de las religiones ya muy popular en esa época, sobre la misma. Cumont estudió la pieza arqueológica y procedió a publicar su texto en 1930.

La inscripción estaba en griego -aunque cabe la posibilidad de que se escribiera en latín originalmente- y lleva el encabezamiento de “Diátagma Kaísaros”, es decir, “decreto de César” en lengua griega. Su texto era, traducido al español, el siguiente: “Es mi deseo que los sepulcros y las tumbas que han sido erigidos como memorial solemne de antepasados o hijos o parientes, permanezcan perpetuamente sin ser molestadas. Quede de manifiesto que, en relación con cualquiera que las haya destruido o que haya sacado de alguna forma los cuerpos que allí estaban enterrados o los haya llevado con ánimo de engañar a otro lugar, cometiendo así un crimen contra los enterrados allí, o haya quitado las losas u otras piedras, ordeno que, contra la tal persona, sea ejecutada la misma pena en relación con los solemnes memoriales de los hombres que la establecida por respeto a los dioses. Pues mucho más respeto se ha de dar a los que están enterrados. Que nadie los moleste en forma alguna. De otra manera es mi voluntad que se condene a muerte a la tal persona por el crimen de expoliar tumbas.”

El texto contenía, sin lugar a dudas, una disposición curiosa porque no se limitaba a prohibir severamente la profanación de tumbas o el robo de cadáveres sino, fundamentalmente, el que éste se llevara a cabo con ánimo de engañar. Sabido era -lo decía el mismo texto- que la orden se debía al emperador pero ¿cuál? y, sobre todo, ¿por qué lo había promulgado? En primer lugar, el análisis paleográfico de la escritura de la inscripción dejó de manifiesto que la misma pertenecía a la primera mitad del s. I d. de C. lo que obligaba a pensar en Tiberio, Calígula o Claudio. La posibilidad de acotar al autor se reducía más cuando se tenía en cuenta que Nazaret -junto con el resto de Galilea- no fue situada bajo dominio imperial en el 44 a. de C. Por lo tanto, tenía que ser un emperador de la primera mitad del s. I d. de C. pero posterior a esa fecha. Tales circunstancias apuntaban forzosamente a Claudio.

Cuestión más difícil de determinar eran la “ratio legis” del decreto y la explicación relativa a la severidad de la pena. El saqueo de tumbas no era nada novedoso y, como ya hemos señalado, su castigo estaba contemplado en el derecho romano. Sin embargo, en este caso se trataba de una disposición emanada directamente del emperador que además pretendía ser sancionada con el ejercicio de la pena capital. La única explicación plausible de semejantes circunstancias es que Claudio podría ya conocer el carácter expansivo del cristianismo. De hecho, el haber investigado mínimamente el tema le habría revelado que la base del empuje de la nueva fe descansaba en buena medida en la afirmación de que su fundador, un ajusticiado judío, ahora estaba vivo. Tal afirmación, a su vez, descansaba directamente sobre el hecho inexplicado de que su cadáver había desaparecido de la tumba a los tres días de la ejecución. Dado que la explicación más sencilla para esta circunstancia era que el cuerpo había sido robado por los discípulos para engañar a la gente con el relato de la resurrección de su maestro, el emperador habría determinado la imposición de una pena durísima encaminada a evitar la repetición de tal crimen en Palestina. La orden -siguiendo esta línea de suposición- podría haber tomado la forma de un rescripto dirigido al procurador de Judea o al legado en Siria y, presumiblemente, se habrían distribuido copias en los lugares de Palestina asociados de una manera especial con el movimiento cristiano, lo que implicaría Nazaret y, posiblemente, Jerusalén y Belén.

En un sentido muy similar al aquí expuesto se manifestaron también autores como Arnaldo Momigliano y, posteriormente, F. F. Bruce. Existe además un factor añadido que aboga en favor de esta explicación y es la estrecha relación -verdadera amistad- entre Herodes Agripa y Claudio. Aunque Herodes es mencionado muy elogiosamente en las fuentes judías como el último intento de mantener un gobierno regio independiente sobre Israel, lo cierto es que se caracterizó por una abierta hostilidad contra los cristianos. Fue él quien ordenó la decapitación del apóstol Santiago y también tuvo la intención de ejecutar a Pedro, una situación que sólo se vio impedida cuando el apóstol se fugó de la prisión. Para Claudio, por lo tanto, los cristianos eran conocidos y no precisamente bajo la luz más favorable. En los años cuarenta del s. I, por lo tanto, la persecución directa contra los cristianos era llevada a cabo exclusivamente por los adversarios judíos de la nueva fe pero ya existían indicios de una cierta animadversión oficial por parte del imperio. En algo más de una década, ese imperio se convertiría en el principal perseguidor del cristianismo, una condición que mantendría a lo largo de cerca de tres siglos y de la que emergería como vencido.

jueves, 10 de abril de 2008

ANTIGÜEDADES DE LOS JUDÍOS

POR FLAVIO JOSEFO :

Libros XVIII, XIX y XX
ANTIGÜEDADES JUDAICAS

Menciones de Jesús el Cristo y Juan el Bautista


LIBRO XVIII

CAPITULO III

3. Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fué maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resu­citado; los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos (1).

(1) Se supone que este párrafo ha sido interpolado, probablemente por un lector cristiano que añadió al manuscrito original una nota marginal, incor­porada luego en el texto. La suposición se basa sobre todo en la observación de que el pasaje interrumpe el relato, que prosigue en el párrafo siguiente, y que la caracterización de Jesús está redactada en términos que sólo pudo haber empleado un cristiano.



CAPITULO V

El tetrarca Herodes hace la guerra a Aretas, y es vencido. Historia de Juan Bautista. Vitelio, al informarse de la muerte de Tiberio, detiene las hostilidades

1. Por este tiempo surgieron disensiones entre Aretas, el rey de Petra y Herodes, por el siguiente motivo. Herodes el tetrarca casóse con la hija de Aretas, y vivió con ella durante mucho tiem­po. En viaje a Roma, fué a visitar a su hermano Herodes, hijo de otra madre, pues Herodes el tetrarca era hijo de la hija de Simón el sumo pontífice. Enamoróse de Herodias, la mujer de su her­mano, hija de Aristóbulo, otro de sus hermanos, y hermana de Agripa el grande. Tuvo la audacia de hablarle de matrimonio. No le disgusté a ella la propuesta; se convino entre los dos que ella iría a su casa así que él regresara de Roma; además él pro­metió repudiar a la hija de Aretas.
Después de formalizar estas promesas, él marchó a Roma. Cuan­do estaba ya de regreso, concluídos los asuntos para los cuales había ido a Roma, su esposa, informada de lo pactado con Hero­dias, antes de que él supiera que ella lo sabía, se dirigió a Ma­quero (1), fortaleza que se encuentra en los límites del territorio de Herodes y Aretas, sin que él sospechara sus propósitos. Herodes le envió a donde pedía ir, ignorando que su esposa estaba bien informada.
Pero ella, que había enviado algún tiempo antes emisarios a Maquero, lugar que entonces dependía de su padre, encontró allí todo preparado por su comandante para el viaje. De allí pasó a Arabia haciéndose escoltar por comandantes de los puestos suce­sivos, para llegar cuanto antes a presencia de su padre, y descu­brirle las intenciones de Herodes. Aretas buscó un pretexto de hostilidad a propósito de las fronteras del territorio de Gamala. Los dos reunieron sus ejércitos con fines bélicos y enviaron a sus generales.
Iniciadas las hostilidades, todo el ejército de Herodes fué ven­cido y muerto, pues fué traicionado por algunos prófugos que estaban al servicio dé Herodes, aunque eran de la tetrarquía de Filipo. Sobre esto Herodes informó por carta a Tiberio. Este, indignado con Aretas, escribió a Vitelio que le hiciera la guerra y se lo enviara vivo, encadenado, o, si era muerto, la cabeza. Tales fueron las órdenes de Tiberio al procónsul de Siria.


2. Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo (2). Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así como por estas sospe­chas de Herodes fué encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fué muerto. Los judíos creían que en venganza de su muerte, fué derrotado el ejército de Herodes, queriendo Dios castigarlo.
(1) Fortaleza ubicada entre Palestina y Arabia, construida por Alejandro Janeo.
(2) V. Mateo, XIV, 1-12, Lucas, III, 1-3 y 19-20.




Flavio Josefo. ANTIGUEDADES DE LOS JUDÍOS. Tomo III. Editorial CLIE.

martes, 8 de abril de 2008

LA MENCIÓN DE CRISTO EN LOS ANALES DE TÁCITO



La primera mención de Cristo en fuentes paganas la hallamos en la obra del historiador romano Cornelio TÁCITO (¿55 – 120? d. de C.), los Anales (Annales), libro XV, capítulo 44, obra que fue escrita entre los años 115-117.

Tácito, tras referir el incendio de Roma del año 64, cuenta cómo el emperador Nerón quiso desviar los rumores de haber sido el causante de tal desgracia, culpando a un grupo sobre el cual el pueblo estaba dispuesto a creer lo peor: los cristianos. Transcribo aquí el párrafo puntual:

“… ni por todos los medios humanos, ni por donativos del príncipe, ni por las expiaciones a los dioses disminuía la creencia infamante de que el incendio había sido provocado. Por ello, para eliminar tal rumor, Nerón buscó unos culpables y castigó con las penas más refinadas a unos a quienes el vulgo odiaba por sus maldades y llamaba cristianos. El que les daba este nombre, Cristo, había sido condenado a muerte durante el imperio de Tiberio por el procurador Poncio Pilato. Esta funesta superstición, reprimida por el momento, volvía a extenderse no solo por Judea, lugar de origen del mal, sino también por la Ciudad (Roma), a donde confluyen desde todas partes y donde proliferan toda clase de atrocidades y vergüenzas.”


(“Cornelio Tácito: Anales”. Traducción, prólogo y notas de Crescente López de Juan. Libro de Bolsillo. Alianza Editorial, S. A. Madrid 1993).

Incendio de Roma, año 64.

Habría que señalar que si bien Tácito tiene muy claro el origen del cristianismo, al mismo tiempo parece dar fe, sin ningún cuestionamiento, a las absurdas calumnias de las que eran víctimas los cristianos en su época (al calificar de “abominable superstición” sin duda se hacía eco sobre la acusación de que eran caníbales, consecuencia de la errada interpretación sobre el sacramento de la Eucaristía, entre otras leyendas). Por cierto que esto último no quita validez a su testimonio histórico sobre Cristo.

Y por cierto, su autenticidad (es decir, la plena seguridad de que fue escrito por el mismo Tácito) está prácticamente aceptada por el consenso de los historiadores, tanto los del pasado como los del presente, pero aun así los mitólogos ateos (es decir, esos que sostienen el "mito de Cristo) insisten en sostener que tal pasaje es una interpolación cristiana del medioevo o de fines de la antigüedad. Incluso, han llegado a sostener que no solo esa pequeña referencia sobre Cristo sea una interpolación, sino TODO el pasaje que relata la persecución contra los cristianos, e incluso el relato del incendio de Roma del año 64, algo que es ya muy osado, como cualquiera se podría dar cuenta. Una teoría que ya hace algunos años, el escritor italiano Luigi Cascioli, en su libro “La fábula de Cristo” lo volvió a poner en el tapete, y que resumidamente se basa en los siguientes puntos:

1.- Dicho pasaje de los Annales sobre el incendio y la persecución neroniana al parecer solo empieza a ser citado por los escritores a partir del siglo XV; ningún escrito anterior lo menciona, ni los historiadores ni los Padres de la Iglesia; tal silencio sería poco menos que sospechoso pues debió haber sido abundantemente citado durante los mil y tantos años anteriores, máxime si se tiene en cuenta que la obra tacitiana es muy citada en otros aspectos. Con lo cual se concluye que dicho pasaje sobre la persecución de los cristianos es una falsificación.

2.-En los escritos de San Juan Crisóstomo (siglo IV) existe un relato de las persecuciones cristianas similar al de Tácito; posiblemente fue ese el texto del que se basó el falsificador para hacer su relato fraguado e incluirlo en los Annales.

3.- Se dice que el estilo con que el falsario o seudo Tácito se refiere a los cristianos es propio de la Edad Media

4.- Otros pasajes de los Annales de Tácito han sido considerados fraudulentos, lo cual sería prueba que el pasaje sobre los cristianos también sería fraudulento.

A base de ello se ha formulado la teoría de que ese pasaje de Tácito sobre el incendio y la persecución neroniana es un fraude fraguado por iniciativa de los jerarcas de la Iglesia Romana del siglo XV, cuya intención NO habría sido precisamente demostrar la existencia de Cristo y los cristianos del siglo I (algo que obviamente nadie ponía en duda) sino más bien para dar un marco de veracidad histórica al martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma (hecho que solo es mencionado por la tradición), y de esa manera sustentar de manera más firme, la primacía de Roma en el mundo cristiano. De modo que, según esta teoría, el incendio de Roma jamás ocurrió, menos aun la persecución contra los cristianos; la mención de Cristo es por lo tanto un fraude, como el resto del pasaje. El falsificador debió ser tan habilísimo y compenetrado en la obra de Tácito, que pudo “reconstruir” la historia al más fiel estilo tacitiano, a tal punto de convencer a todos y no dejar rastros de duda.

Nerón y el incendio de Roma

Aunque parezca increíble, es esta clase de argumentos que los mitólogos ateos utilizan para “fundamentar” su hipótesis del mito de Jesús, es decir, basándose solo en “silencios sospechosos” y suposiciones. Al respecto, solo diré que la autenticidad del pasaje de Tácito donde relata el incendio de Roma y la persecución a los cristianos, es indiscutible. Todo lo que cuenta Tácito ha sido atestiguado hasta el hartazgo por infinidad de evidencias multidisciplinares, de modo que no voy a ser yo quien cuestione a los expertos; allá los ignorantes que caigan en la trampa muy elaborada de dichos mitólogos. Es más, el relato del incendio de Roma del año 64 es también relatado por otro historiador romano, SUETONIO, en su celebérrima “Historia y Vida de los Césares” (escrita hacia el año 122 d. de C.):

“No escaparon a su locura (se refiere a Nerón) ni el pueblo ni las murallas de su patria. Al decir alguien en medio de una conversación general, “que después de mi muerte la tierra sea pasto de las llamas”, contestó Nerón: “Que sea yo estando en vida”. Y realizó plenamente este deseo. Efectivamente, bajo el pretexto de que no podía soportar la fealdad de los antiguos edificios, la estrechez y la sinuosidad de sus calles, incendió Roma… (Continua el relato)”. (Nerón, XXXVIII).

También Suetonio menciona a los cristianos en el marco del reinado de Nerón, aunque sin relacionarlos con el incendio de Roma:

“Se persiguió bajo pena de muerte a los cristianos, secta de hombres que seguían una superstición moderna y maléfica”. (Nerón, XVI)



A todo ello hay que agregar que actualmente los más antiguos códices conservados de la obra histórica de Tácito (Anales e Historias) son dos y se hallan en la Biblioteca Laurentiana de Florencia: el llamado Mediceus I, del siglo IX (6 primeros libros de Anales) y el Mediceus alter o II, del siglo XI (libros 11 al 16 de Anales, y al reverso, lo conservado de las Historias: los 4 primeros libros y comienzos del 5°). Al respecto, hay gente suspicaz que también pretende sembrar dudas por el hecho que las copias más antiguas de los Anales sean de la Edad Media, pero se debe tener en cuenta que no solo esa obra sino prácticamente todos los clásicos de la antigüedad lo conservamos por intermedio de copias realizadas en el medioevo. Siguiendo esa línea tendríamos que dudar de todos los libros de la antigüedad y todo el edificio documental de la época antigua se derrumbaría. Los textos antiguos, máxime si se hallan atestiguados en varios autores, gozan de presunción de veracidad. Quien alegue la falsedad de un texto no tiene más remedio que probarla de manera fehaciente, es decir con pruebas contundentes y no solo con suposiciones o alucinadas conjeturas.

Sobre la objeción por qué ningún escritor en los mil años anteriores al siglo XV, menciona ese pasaje de Tácito, hay que tener en cuenta que los Anales no gozaron siempre de la misma fama que ahora tienen (a diferencia de otras obras clásicas como los poemas homéricos, que durante toda la antigüedad clásica mantuvo incólume su fama y prestigio). Es más, en el siglo III la obra tacitiana tuvo un olvido momentáneo, luego en el siglo IV algunos autores lo redescubrieron y trataron de imitarla, como Amiano Marcelino, Sulpicio Severo y Orosio. Luego, no tenemos más menciones sobre Tácito sino hasta el siglo IX cuando es mencionado por un monje de Fulda, llamado Rudolf, a propósito de la alusión al Welser, río que pasaba por dicha ciudad (el Visurgis citado en Anales I, 70 y en varios capítulos a comienzos del libro II). Sería solo en el Renacimiento cuando el conocimiento de Tácito se hizo generalizado, ayudando mucho a ello su difusión impresa; a veces olvidamos que la imprenta recién se inventó en el siglo XV; hasta antes de eso, los ejemplares escritos a mano eran escasísimos y difíciles de que pudiesen llegar a todos los interesados (todos estos datos sobre la obra de Tácito los he tomado de la introducción de “Cornelio Tácito: Anales” traducción al castellano de Crescente López de Juan).

Copista medieval

¿Tácito solo cuenta lo que decían los cristianos sobre Cristo?

Descartado pues, la posibilidad de que sea un fraude ese pasaje de Tácito, los mitólogos insisten sin embargo en restarle la importancia que tiene y consideran que, aun siendo verdadero, el historiador “solo repite lo que decían los cristianos de su dios”. O sea, Tácito se limita a registrar, cual simple escribano, el mito que contaban los cristianos sobre su dios. Lo cual es hartamente improbable, como enseguida explico.

Antes que nada, hay que reconocer que la referencia de Tácito sobre Cristo es solo accidental; el historiador no se propuso contar la historia de Jesús, sino simplemente lo menciona en el marco de la explicación sobre quienes eran aquellos cristianos a quienes se culpaba del incendio de Roma. Ahora, yendo al punto: quien afirma que Tácito solo cuenta lo que decían los cristianos sobre su Cristo, desconoce totalmente los métodos de los historiadores romanos y sus fuentes. Así de simple. El análisis de los textos de los Anales, hechos por expertos en la materia, ha determinado que para referirse a habladurías o comentarios anónimos, Tácito suele utilizar una expresión técnica que traducido del latín se lee como “rumores” o “fama”. En el caso de lo dicho sobre Cristo y su muerte, al no usar esa expresión, se deduce que lo haya tomado de un documento de segunda mano (es decir de otro historiador). Está ya determinado (confesión del mismo Tácito incluida), que la mayor parte de la información que acopia en su obra procede de las obras de otros historiadores o memorias de personajes. Y se entiende que no mencione la fuente de donde tomó la información sobre Cristo, pues no era esa su costumbre ni el de sus colegas de entonces (a diferencia de un historiador moderno, quien por obligación debe siempre mencionar sus fuentes). Solo en algunas contados episodios de los Annales, Tácito las menciona, por ejemplo: la “Germania” de Plinio el Viejo, obra ya perdida y las “Memorias” de Agripina la Menor, igualmente perdida; se ha determinado que estas menciones solo las hace cuando está en desacuerdo con dichas fuentes o cuando quiere demostrar que sobre un determinado juicio histórico hay varias posiciones disímiles. De modo que la afirmación sobre Cristo era algo que Tácito tendría sobrado motivo para no dudar, y por lo tanto no cita la fuente.

Hay que tener también presente que Tácito era uno de esos romanos conservadores y nostálgicos de las antiguas virtudes republicanas, de modo que sería inverosímil que diera por histórico, sin mayor comprobación, el mito de una “despreciable” y “abominable” secta judía, extraída de los expedientes judiciales. Y es que los romanos cultos de esa época no eran tan ignorantes, en lo que respecta a las religiones mistéricas de Oriente. Un romano culto sabría muy bien diferenciar un mito de un relato histórico. Con mayor razón si se trataba de una secta por la que, como es evidente, sentía tal animadversión y prejuicio, al punto que, como se trasluce en su relato, da como válidos los rumores que corrían en torno a las supuestas actividades secretas de sus miembros.

Persecución neroniana

La fuente probable de la que se basó Tácito

¿De qué fuente pudo haber tomado Tácito la información sobre Cristo? Pues ahora ya sería imposible determinar, máxime sabiendo que solo una parte mínima de las obras históricas del siglo I han llegado hasta nosotros. Se ha dicho que pudo recoger esos datos de manera personal, pues había sido procónsul de la provincia de Asia (es decir, el tercio occidental de Asia Menor) hacia el año 112 d.C., y acaso se relacionó con cristianos por asuntos judiciales similares a los que relata Plinio el Joven (sobrino de Plinio el Viejo) en su célebre carta a Trajano (otra de los testimonios de la historicidad de Cristo, que en otro post comentaré); coincidentemente Plinio el Joven por esa misma época oficiaba de legado de la provincia de Bitinia (en la costa sur del Mar Negro). Otros han sostenido que tal vez el mismo Plinio el Joven le diera informaciones sobre los cristianos ya sea personalmente o por vía epistolar, ya que eran muy amigos. Aunque aquí si hay que resaltar que Tácito (así como Plinio el Joven) difícilmente hubiesen dado por históricos los “mitos” que contaban sobre su origen los cristianos, como ya expliqué. Sin duda, al afirmar lo de Cristo y su muerte bajo Pilato en Judea, Tácito debió tener una base histórica bien confrontada como para consignarla como información verídica.

Otra fuente probable pudo haber sido la obra del historiador judío Flavio Josefo, “Antigüedades judías” (escrito hacía 95 d. de C.); por comparación, se sospecha por ejemplo, que para su relato de la rebelión judía del año 66 (consignada en otra de sus obras, las “Historias”) pudo haber usado como fuente la obra de dicho historiador judío.

O tal vez su fuente pudo ser una de las obras del polígrafo Plinio El Viejo obra que por desgracia no se ha conservado. Plinio el Viejo nació aproximadamente por el año 23 y murió en el 79 (durante la célebre erupción del Vesubio). Estuvo en Palestina donde fue miembro del estado mayor de Tito en la guerra judía de los años 66 a 70. Así que bien pudo tomar nota sobre los cristianos y el origen del cristianismo. Incluso en la única de sus obras que se conservado, (“Historia Natural”, 5-17, escrita hacia 73 y 79 d. de C.) menciona a las secta de los esenios que vivían en el desierto de En-gadi, cerca del Mar Muerto, aunque no a los cristianos; precisamente este silencio suele ser usado por los mitólogos como argumento para sostener que en esa época no existían los cristianos, y por ende, Cristo no fue un invento posterior. Lo que no toman en cuenta es que, como ya aludí, NO todas las obras de este escritor romano se han conservado; sabemos por ejemplo que escribió una Historia de su Tiempo en 31 libros, obra donde relata sucesos del reinado de Nerón hasta Vespasiano y que fue usada por Tácito como una de las fuentes primordiales de sus Anales. ¿Cómo sabemos esto último si se tiene en cuenta que por ningún lado Tácito menciona explícitamente dicha obra? pues por el contexto cuando cita a Plinio el Viejo ( libro XIII, 20 y el libro XVI, 53 ) está claro que se refiere a dicha obra. Y dejando en claro que esas no son las únicas veces que se aprovecha de dicha obra, sino que se sospecha que buena parte de sus Anales se basan en ella. Es pues, muy posible que Plinio en su relato sobre el reinado de Nerón mencionara a los cristianos e hiciera una explicación de quienes eran, datos que serían aprovechados por Tácito. Ciertamente que esto es especulativo, pero al menos es más probable que la teoría de lo “que decían los cristianos de sí mismos”.

Plinio el Viejo, uno de los mayores escritores en lengua latina, filósofo, historiador y naturalista, murió asfixiado por los gases durante la erupción del Vesubio, al acercarse temerariamente a estudiar el fenómeno (año 79).

¿Por qué los Padres de la Iglesia y los apologistas cristianos no mencionan el pasaje de Tácito?

Un argumento preferido por los mitólogos ateos es el hecho que los Padres de la Iglesia del siglo II al V, no mencionen en sus obras el pasaje de Tácito referente a Cristo, como si lo hacen con otras citas similares de otros escritores no cristianos, como Josefo (mencionado por Eusebio de Cesárea en su obra “Historia Eclesiástica” ). De ello concluyen que el pasaje tacitiano no existió y fue interpolado siglos después.

La malinterpretación aquí es que no se toma en cuenta el contexto en que los Padres de la Iglesia o apologistas cristianos mencionan las citas de historiadores paganos o judíos sobre los cristianos: a veces citan a algún historiador para responder solo cuando difamaban o escribían falsedades sobre los cristianos en cosas muy puntuales y concretas; por cierto que no mencionarían a Tácito-creo yo- pues este solo se limitaba a hablar de unas supuestas “abominaciones” de los cristianos sin precisar ni dar detalles. ¿Qué respuesta podría merecer tales ambigüedades?

Tampoco a los escritores cristianos en sus discusiones con sus pares paganos se les iba ocurrir citar el pasaje de Tácito como defensa de nada, pues el texto es tan exacerbadamente anticristiano que más que defensa se podría convertir en un útil instrumento de ataque hacia los mismos cristianos. Es sabido que por su ideología antijudía y anticristiana (al parecer no diferenciaba entre una u otra), Tácito tuvo muy mala reputación entre los cristianos de aquellos primeros siglos, de modo que se entiende perfectamente que los apologistas cristianos lo hayan silenciado. En todo caso, el silencio de los escritores antiguos no es prueba de que no existiera dicho pasaje de Tácito, como pretenden los mitólogos ateos. Pueden existir infinidad de razones de ese silencio, pero los mitólogos ateos, tan “brillantes” como ellos solos creen serlo, pretenden que tal silencio solo tiene una explicación: que no existió tal pasaje. Algo delirante, ciertamente.

¿Un historiador solo puede historiar sobre los hechos que fue testigo?

Como es de suponer, los mitólogos no se dan por vencidos y arguyen finalmente que como Tácito escribió en Roma alrededor del año 120, no pudo conocer a Cristo, ya que hay un margen de distancia de unos 80 años entre dicha época y la muerte de Jesús, o sea como no fue testigo presencial de la vida de Jesús, su referencia no tiene ningún valor de testimonio histórico. Esta argumentación, tremendamente absurda, es prueba de lo poco o nada que se sabe sobre los métodos historiográficos; si se siguiera tal idea, entonces para considerarse válido el trabajo de un historiador debería restringirse solo a hechos de los que fue testigo y no sobre otros de los que no lo fue o de épocas anteriores. ¿Cómo se podría historiar entonces? Simplemente ocurre que un historiador como Tácito da su confianza a la información transmitida por otros historiadores o personajes que vivieron antes de él. Tal como hoy los historiadores contemporáneos se confían en los trabajos y documentos sobre episodios ocurridos hace tiempo atrás (como la primera guerra mundial, por ejemplo), aunque no hayan vivido en dicha época. Aunque la diferencia aquí es muy clara: aun conservamos las fuentes que los historiadores han usado para hacer la historia de la gran guerra de 1914 y es de suponer que sigan conservándose, a no ser que por alguna catástrofe global desaparezcan; en cambio las fuentes de las que se basó Tácito, la mayoría se han perdido definitivamente. Los mitólogos al parecer olvidan como la invasión de los bárbaros significó un verdadero azote para la cultura clásica; muchas obras se perdieron para siempre, debido a los incendios y destrucciones; en algunos casos también hubo cristianos fanatizados que participaron en tales vandalismos, sin embargo algunos rollos fueron conservados y transmitidos en los monasterios cristianos, y gracias a esto último tenemos muchas de las obras clásicas representativas de la antigüedad, entre ellas los Anales de Tácito. Gracias a los cristianos hemos salvado pues parte de ese valioso legado cultural, no hay que olvidarlo nunca.

Edición de Tácito del s. XVI


¿Muchos Cristos judíos?

Otras objeciones de los mitólogos ateos se refieren a algunos detalles, como el hecho que Tácito mencione el título de Cristo y no su nombre, Jesús. Según los ateos, podría tratarse de otro “Cristo judío”, uno de esos engañadores o impostores judíos que según Josefo abundaban en la época previa a la rebelión judía del año 66. Habría que recordar que ya para la época de Tácito, el nombre de Cristo ya había dejado de ser un título y se había convertido en nombre propio, para designar al Jesús de los cristianos. Es más, ya los cristianos usaban la forma compuesta de Jesu Cristo. Pero además, sería demasiada coincidencia que hubiese “otro Cristo” que fuera crucificado en Judea bajo la gobernación de Poncio Pilato (es decir entre los años 26-36 d. de C.), cuyos seguidores se hacían llamar “cristianos” (apelativo este que según Hechos de los Apóstoles, se empezó a usar en Antioquía desde el 40 d. de C. por lo menos), y que por los años 60 después de Cristo tuvieran tantos seguidores en la capital del Imperio, como para culparlos de un hecho como ese. Un movimiento judío de ese tipo, distinto al movimiento cristiano, lo hubiese mencionado el historiador judío Flavio Josefo (siglo I), quien en su notable obra histórica “Las antigüedades de los judíos” (escrita hacia el año 95) relata los sucesos de los judíos, no solo de Judea propiamente dicha, sino de la diáspora, tanto en Roma como en Alejandría, así como en otras ciudades. Pero nada. Ahora, claro, dirán que por comparación, existe también el problema que Josefo no menciona la persecución neroniana contra los cristianos, lo que probaría que este episodio no es histórico, pues dicho silencio haría suponer que aún no habían cristianos en la capital imperial. Pero sucede que para entonces, los cristianos ya debían ser en Roma mayoritariamente de origen gentil, de modo que Josefo no tenía por qué mencionarlos-él solo relata hechos del pueblo judío o que tuvieran como actores a Judíos importantes. Aparte de eso Josefo deja también en claro la razón por la cual no se ocupa de los episodios del reinado de Nerón pues según cuenta, en su época todo el mundo conocía muy bien esos hechos; además, como protegido de los emperadores flavios, evitaría mencionar a los cristianos, que ya se hallaban fuera de la ley (el último de los flavios, Domiciano, desencadenó la segunda persecución contra los cristianos, hacia el año 90); en todo caso es muy posible que sus pasajes donde habla sobre Jesús y los cristianos hayan sido retocados, más no interpolados totalmente.

Pilato ¿Prefecto o Procurador?

Otra objeción menor es el hecho que Tácito se equivoca al darle el título de Procurador a Pilato y no el de Prefecto, que sería lo correcto. De ello se concluye que el historiador no fue un buen investigador y por lo tanto su testimonio no tendría mayor validez. Esto es un punto donde creo que injustamente se prenden contra Tácito. Sabemos que Pilato fue el último gobernador de Judea que usó el título de Prefecto, y que sus sucesores usaron el de Procurador, de modo que quizás por costumbre Tácito aplicó ese título a Pilato. No veo pues mayor trascendencia en ese error de Tácito, máxime si es un desliz similar en el que cae nada menos que Josefo cuando en un pasaje de sus Antigüedades generaliza y llama a todos los gobernadores romanos de Judea “procuradores”. Y no es porque Josefo ignorase los títulos sino que simplemente lo hace por comodidad.

Inscripción en caliza encontrada en Cesárea en 1961 donde se menciona a Pilato con su título de Prefecto de Judea.

En resumen: el testimonio de Tácito es el testimonio pagano más antiguo y completo sobre la figura de Jesús, pues registra lo siguiente:

"Cristo" fue un judío que fue ajusticiado como malhechor bajo la procuraduría de Poncio Pilato. Fue autor de un nuevo movimiento religioso nacido en Judea, cuyos seguidores se llamaban, en referencia al nombre del fundador: "cristianos" y eran ya conocidos en Roma durante el reinado de Nerón.

¿Es poca cosa como afirman los mitólogos ateos? Saquen ustedes mismos sus conclusiones.


Álvaro S. Chiara G.